COSIFICACIÓN Y ATRACTIVO SEXUAL

La línea que separa la atracción sexual natural por otro ser humano y la cosificación no parece estar clara para mucha gente, ni ser la misma para todo el mundo. Cuando las feministas denunciamos que el cuerpo de la mujer se ha convertido en un objeto para el disfrute masculino, las personas sin una formación previa en filosofía feminista aparentemente no aprecian ninguna diferencia entre ambos fenómenos. Esto sólo nos indica que la cosificación está naturalizada en el incosciente colectivo y que los esfuerzos por teñirla con explicaciones biologistas han dado fruto.


 Cuando se cosifica sexualmente a una mujer, su cuerpo queda separado de su personalidad como un mero objeto físico para el disfrute sexual, e incluso puede desmembrarse para ser usado como instrumento de excitación o placer por partes ("menudas tetas", "vaya labios", etc). A veces se llegan a hacer collages del tipo “con las tetas de fulana y las piernas de mengana hacía yo una mujer 10” (el valor numérico y lo que sería un 10 son también un claro ejemplo de cosificación). Si no sabes si estás cosificando o no, basta con que te plantees si desde la perspectiva desde la que juzgas a una persona las constantes vitales de su cuerpo son necesarias sólo para mantenerlo fresco.

Al señalar la cosificación femenina la respuesta más común es la comparación con la atracción de las mujeres por los hombres de cuerpos musculosos y definidos. No obstante, las mujeres por lo general ni presentan esa obsesión por los cuerpos desligados de la personalidad, ni los desmembran, ni les dan un valor numérico. Raro es el caso en que una mujer se masturba pensando en unos biceps que ha visto en la playa,  o de que acepte imágenes de cuerpos decapitados como sexualmente excitantes. De todas formas, si la cosificación masculina va en aumento es en respuesta a una estrategia capitalista que aprovecha el relativo aumento de poder en las mujeres occidentales, y no es un triunfo del feminismo, que en ningún caso persigue ese fin. Además, y sobre todo, cabe preguntarse: ¿a qué tipo de sociedad sirve el ideal de belleza masculino?

Ya son lugares comunes frases como "yo jugaba con Iron man y no tengo ningún complejo, lo de Barbie es una chorrada" ó "en 300 también salen hombres desnudos, están sexualizados, y nadie monta un pollo". Es increíble la cantidad de hombres que se creen que las mujeres vemos igual a un chico musculoso en taparrabos que ellos a una mujer medio desnuda con adornos eróticos. Lo primero es una ostentación de potencia intimidatoria y lo segundo de vulnerabilidad. Cuando ellos ven esa representación de la masculinidad se sienten fuertes y y cuando nosotras vemos esa representación de la feminidad nos sentimos débiles y expuestas, y encima por lo general y hasta que nos lo cuestionamos, deseamos ser débiles y estar expuestas para ser deseadas, porque sólo así nos dan cierto reconocimiento y por un momento creemos que somos alguien. Los hombres (a veces) desean ser sexualmente atractivos, pero saben perfectamente que su estatus social no depende de eso. Y las cualidades que les dotan de atractivo sexual son aquellas por las que se admiran a sí mismos, como admiran a los deportistas de élite, a los grandes guerreros o a los héroes de ficción: un reflejo de su propio ideal, de su poder sobre el mundo. Podría decirse que el ideal de belleza masculino es un ideal de belleza homosexual, pues los hombres como clase se aman entren ellos y se reflejan los unos en los otros. Como dice Celia Amorós, tienen su propia épica; los mitos y los relatos son suyos.

Como especie cultural que somos, lo que es deseable sexualmente no es una constaste biológica, sino que cambia en sociedades y épocas distintas. El mero hecho de sexualizar a otro ser humano no nos parece ético, pero además dentro de este mal podemos diferenciar y analizar las características que otorgan valor sexual en hombres y en mujeres. Al hombre se le valora físicamente de una manera que perpetúa el dominio masculino. A los hombres, como clase, les sale rentable que se valore en el ellos las características físicas y socioeconómicas que les otorgan poder, o al menos una apariencia dominante. Y más allá de la belleza de un cuerpo masculino fuerte, los hombres tienen a su favor la erótica del poder. El nivel socioeconómico, que viene determinado por el nivel cultural, la experiencia vital y la capacidad adquisitiva, son valorados en los hombres en mayor medida que en las mujeres en quienes incluso suponen una devaluación sexual. Cuanto más poder socioeconómico tiene una mujer (mayor edad, mayor capacidad adquisitiva, desempeño de un alto cargo profesional), menos atractiva resulta, porque más dominante es.

Ya se ha dicho que la feminidad es una fantasía masculina, pero la masculinidad es una fantasía masculina también.

                                              Cater Pillar

Comentarios

  1. Excelente, chicas! Quiero seguir el blog pero no encuentro el "botoncito".

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