LA TEORÍA KING KONG Y EL CAPITALISMO


Despentes es, ante todo, una mujer, una mujer fea, no querida, violada, machacada por la sociedad que la ha educado y este libro bien podría ser su diario, ese que todas hemos escrito en algún momento de nuestra vida. Quizás por eso empatizar con la autora no es complicado. Todas hemos sido Despentes, todas hemos necesitado un espacio en el que reconocernos en nuestro enfado.

Pero, a pesar de nuestra bien inculcada facilidad para empatizar, no podemos quedarnos en el análisis superficial y contradictorio que hace la autora respecto a diferentes aspectos sociales o políticos. No si queremos movernos en la lucha feminista.

Y es que, aunque es inevitable hablar fuera de un contexto determinado, en esta teoría sólo expone su voz de francesa de clase media y cultura occidental, muy alejada de otras múltiples realidades necesarias para un análisis feminista. No debemos olvidar, como nos recuerda con frecuencia Amelia Valcárcel, que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, por eso afirmaciones de la autora como que el matrimonio forzado se ha vuelto insólito o que a las mujeres ya se nos permita vivir sin sexo demuestran su poco compromiso con el feminismo como movimiento internacional o social.

Para justificar su postura, en la primera parte del libro, Despentes nos da su visión de la sociedad capitalista con afirmaciones como: Esta ventaja política que se les había concedido (a los hombres) tenía un coste: el cuerpo de las mujeres pertenecía a los hombres; en contrapartida, el cuerpo de los hombres pertenecía a la producción, en tiempos de paz, y al Estado, en tiempos de guerra. La confiscación del cuerpo de las mujeres se produce al mismo tiempo que la confiscación del cuerpo de los hombres. Según la Teoría King Kong el capitalismo es una religión igualitarista, puesto que nos somete a todos. Los hombres producen y nosotras debemos equilibrarlo estando a su servicio sexual. 

Las mujeres no sólo hemos formado parte de la producción a lo largo de la historia sino que hemos llevado el mayor peso de la misma. Ya antes de lo que entendemos por sociedades capitalistas la mujer producía no sólo en el campo o con el ganado, sino a través de incontables actividades que se realizaban en los hogares o la comunidad. Costureras, cesteras, comerciantes, posaderas, parteras, lavanderas, mondongueras, rederas, sardineras, alfareras... Las mujeres, con cada labor realizada, se convertían en las más sabias artesanas, elaboraban el queso, la ropa, el jabón, el pan y, por si fuera poco, cargaban con todo el peso de los cuidados a mayores, enfermos e infantes.

Pero quizás se refiere a la era industrial, así que analicemos qué pasó con la llegada de las grandes urbes y la industria. Citando a Beavoir una de las consecuencias de la revolución industrial es la participación de la mujer en el trabajo productivo: en ese momento, las reivindicaciones feministas salen del campo teórico y encuentran unas bases económicas, con lo que sus adversarios se vuelven más agresivos... los hombres trataron de frenar esa liberación, porque veían en las mujeres peligrosas competidoras, sobre todo al estar acostumbradas a trabajar por bajos salarios.” Las fábricas estaban llenas de mujeres con jornadas de más de 12 horas que luego ampliaban al llegar al hogar donde toda la carga de cuidados y tareas era suya. Así que no, no es exclusivo del hombre el haber sido utilizado para la producción, ni el capitalismo en una religión igualitarista. Ese falso equilibrio en la balanza de cuerpo de las mujeres-producción de los hombres” no es real. 

Las mujeres no sólo somos explotadas a nivel sexual, como dice Despentes, también lo somos a nivel productivo en el entorno laboral y en el privado a través del trabajo doméstico y los cuidados. La principal diferencia entre la producción masculina y femenina a lo largo de la historia, es que la segunda está mal remunerada o directamente no reconocida. Por eso las feministas reivindicamos no sólo la verdadera e inalcanzada liberación sexual, sino también el acceso a los puestos de poder políticos y económicos, la igualdad salarial y el reconocimiento de la importancia de los cuidados como parte productiva e irrenunciable en la sociedad.

                                                                               Noemi González 

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