RELATO SOBRE LA HIPOCRESÍA ANTIABORTISTA


No debería pero todavía me sorprende la cantidad de mujeres que están en contra del aborto legal, seguro y gratuito.

Mujeres de todas las edades, de todas las clases sociales, de todas las etnias y culturas. Y hablo de mujeres porque las estimo, las escucho y algunas veces discuto con ellas sobre este tema. Son las únicas que, a mi parecer, tienen la legitimidad moral para hablar sobre ello.

Es increíble que incluso las mujeres que han aconsejado a sus hijas abortar (cuando no querían que tuvieran una descendencia con el hombre “no adecuado”) ahora se preocupen por el feto de otras mujeres porque en Argentina se está peleando por el derecho al aborto seguro, legal y gratuito.
Esta inmensa lucha de las mujeres argentinas ha sacudido a toda América latina. También ha revivido viejas heridas y debates que ingenuamente creía superados.

Muy a nuestro pesar, las mujeres de mi familia hemos sido fuertes ante todas las adversidades que el mundo puede deparar a las niñas y mujeres de un país empobrecido de Sudamérica. Aún así, esta fortaleza y estas experiencias vitales no han sido suficientes para hacerle entender a mi madre que el aborto clandestino es peligroso y mortal. Ella lo vivió en sus propias carnes, y aunque el aborto que sufrió fue espontáneo, el proceso final fue el mismo: hemorragia y necesidad de legrado o “curetaje”,* como también lo llaman. La diferencia fue que a ella la atendió un médico en un centro de salud. También porque yo misma tuve que practicarme un aborto (clandestinamente), o al menos lo intenté, aconsejada por ella. Lo hice sin información suficiente, ni red de apoyo y arriesgando la vida. Me “aventuré” con los medios que había para conseguir pastillas de forma ilegal. Me lo había contado no sé quién, ni cuándo, ni dónde.

Muchas mujeres de mi entorno que han abortado se mantienen en silencio y a veces hasta se suman al acoso y señalamiento público a las abortistas.** Las puedo llegar a entender hasta cierto punto, pues pesa mucho el miedo a ser juzgada por las personas a las que quieres, familiares, amigos, compañeros y compañeras de trabajo, pero ¿hasta cuándo ese miedo y esa hipocresía seguirán poniendo en riesgo la salud y la vida de otras mujeres (y adolescentes, como lo éramos nosotras cuando abortamos)?

No pueden invocar la sororidad ni pedir comprensión cuando ellas no son capaces de afrontar esta realidad que les pertenece por haberla vivido en carne propia. También es un error justificar a estas mujeres diciendo que no han tenido una adecuada educación o que, por el país al que pertenecen, son más manipulables por las religiones y la propaganda antiabortista. Porque yo soy pobre y he sido más pobre todavía en mi país, en un pueblo del interior (con lo que supone eso en Sudamérica), escuchando la misma doctrina católica, recibiendo la misma educación (pobre y conservadora) que la gran mayoría. Si vamos a guiarnos por eso, yo tendría que ser una ferviente luchadora antiabortista y no lo soy. Todo lo contrario, he ayudado a mujeres de diferentes edades a abortar, eso sí, con “profesionales” de la salud. Y como yo, hay muchas mujeres que nos hemos visto en la necesidad y en la obligación moral de ayudar a nuestras hermanas para que puedan seguir vivas y, sobre todo, vivir una vida que quieran. Estas mujeres a las que hemos ayudado no están “locas” ni viven en continuo arrepentimiento por el aborto que se practicaron. Ésa es nuestra mayor satisfacción. No diría lo mismo de las personas que promueven el aborto clandestino pensando que al prohibir el aborto se dejaría de practicar. Ya ven que eso no ha pasado y que esta lucha no terminará hasta que todas seamos dueñas de nosotras mismas.

Algunas personas nos llamarán “privilegiadas” por haber tenido la oportunidad de estar en manos de profesionales, pero ¿realmente estar viva es un privilegio? Practicarse un aborto clandestino y sobrevivir ¿debe considerarse un privilegio? Creo que no, y cualquiera que piense así debería reflexionar profundamente sobre esta realidad que nos atraviesa a todas.


*Legrado o curetaje: Procedimiento ginecológico que consiste en raspar el endometrio para eliminar cualquier resto ovular. Es sencillo y dura entre 10 y 15 minutos. Si se practica mal puede llevar a la muerte o a la pérdida del útero de la paciente. Es la principal causa de muerte en los abortos clandestinos.

**Abortista: término que a veces se usa de forma despectiva y que no retrata con asertividad la lucha por el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida.



                                               Pas Ionaria

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