LA VIOLENCIA SÍ TIENE GÉNERO
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Foto de Noel Foglia en Flicker.com: "Intento de Homicidio" |
Por Clara Oscura
Hagamos
un experimento mental: hay dos grupos de 100 personas, 50 hombres y 50 mujeres
en cada uno. En cada grupo ha habido 10 homicidios.
En
el primer grupo, 7 de los homicidas eran varones, 3 de los homicidas, mujeres.
En
el grupo 2, 8 de los homicidas eran varones, 2 de los homicidas, mujeres.
Si
analizamos los datos, vemos que hay un patrón. Tanto si reflexionamos sobre que
el 70% de los homicidas son varones, como sobre el caso en el que son el 80%,
entendemos que el homicidio parece ser cometido principalmente por hombres. Es
decir, en estos grupos, la diferencia parece bastante importante como para
sacar la conclusión de que existe un componente de género en el homicidio.
Sería lógico, por tanto, que se planteara estudiar qué está pasando y por qué
esta tendencia se manifiesta más en hombres que en mujeres y de ahí buscar
soluciones.
Sigamos
imaginando. En ambos grupos se reciben unos pocos fondos para concienciar sobre
el problema de la violencia y sus signos. En uno de los grupos, siguiendo el
mantra de que “la violencia no tiene género”, se utilizan los fondos para
concienciar tanto a hombres como a mujeres por igual. En el otro grupo, los
esfuerzos económicos se centran en concienciar al grupo de hombres sobre la
violencia. Imaginemos ahora cuál de los dos planteamientos habrá obtenido
mejores resultados para el conjunto del grupo. No es difícil decidirse.
Bien.
Dejemos de imaginar y vayamos al mundo real. Los datos oficiales no arrojan una
cifra del 70% ni del 80% de homicidios cometidos por hombres, sino del 90%.
¿Es
una sorpresa? Los datos son demoledores: “cerca de 95% de los homicidas a nivel
global son hombres, un porcentaje más o menos constante de país a país y entre
regiones, independientemente de la tipología de homicidio o el arma empleada.”
(“Estudio mundial sobre el homicidio”, UNODC, 2013, pg 3 https://www.unodc.org/documents/gsh/pdfs/GLOBAL_HOMICIDE_Report_ExSum_spanish.pdf).
Esta
cita pertenece a un informe de la ONU sobre el homicidio. Cada año, a lo largo
y ancho del mundo la cifra permanece en
valores similares. En España, por ejemplo, las cifras arrojan un 89% de
homicidas varones (http://www.interior.gob.es/documents/642317/1203227/Informe_sobre_el_homicidio_Espa%C3%B1a_2010-2012_web_126180931.pdf/9c01b8da-d1b8-42b9-9ab0-2cf2c3799fb1
).
Aun
así, a pesar de tener los datos en la mano y de tener claros los perfiles con
los que se trabaja en criminología desde hace décadas, parece que nos
resistimos a afirmar que la violencia tiene género.
En
las ocasiones en las que los medios analizan el perfil del criminal, pongamos
de ejemplo a los terroristas, resulta llamativo cómo no inciden sobre el hecho
de que, casi invariablemente, la
característica que comparten es ser varones. Es probablemente la condición más
característica de un homicida, su sexo.
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Foto anónima de pxhere.com |
Ahora
bien, una vez pasado el shock inicial y asumiendo que aceptamos que la
violencia tiene género, planteamos dos enfoques:
- La violencia proviene de diferencias biológicas entre hombres y mujeres
- La violencia proviene de la diferente socialización de hombres y mujeres
En
el primer caso, si la violencia es natural (como se suele defender una vez que
se ha admitido, ante aplastantes datos, que la violencia tiene género… “sexo”
en este caso) hay poco que podamos hacer
para solucionarlo. Ésta es la postura que se ha defendido a lo largo de toda la
historia. Si seguimos este planteamiento, sería razonable que, por miedo a la
potencial y natural agresividad y violencia de los hombres, se les apartara de
las armas, de las aglomeraciones, de responsabilidades públicas, de órganos de
decisión, de situaciones de potencial estrés, etc. Se trataría de situaciones
en las que no tenemos la seguridad de que un hombre, llevado por su
testosterona según algunos y algunas, sea capaz de controlar sus acciones.
Sin embargo, contrariamente a lo que sería razonable siguiendo este
planteamiento (la inevitabilidad de la violencia de los hombres), la sociedad
ha apartado históricamente a las mujeres de todos estos escenarios y ha
asegurado la presencia de hombres.
En
el segundo caso, el caso que defienden las feministas, hay solución. Es tan
fácil y tan difícil como NO socializar en la violencia a los hombres (y digo “hombres”
porque esforzarse en no socializar igualmente a las mujeres en la violencia sería
como esforzarse en no alimentar a un hambriento). Pero gran parte de los hombres,
por mucho que diga estar en contra de la violencia, no quiere renunciar a esa
socialización. Es la socialización que les da poder, es la socialización en el
género masculino, es la socialización en el dominio, es la socialización que
han aprendido a amar y a recordar con ternura, incluso. Es la socialización a
la que le quitarán importancia. Dirás, varón que te sientes interpelado, que a ti
no te han afectado para nada los juegos de guerra, las armas de juguete, las
peleas, el bullying hacia el que se
niega a usar la violencia, todo el bombardeo desde la cultura y la publicidad
ensalzando el modelo masculino y por tanto violento y dominante.
Ya. No te ha afectado para nada, y sin embargo un 95% de los homicidas son varones. Y sin
embargo un 60-70% de las víctimas son hombres. Pero a ti, porque eres la medida
del mundo, no te ha afectado para nada y te niegas a renunciar a aquello que
has aprendido a amar.
A ti
te ha afectado. Para empezar, te ha afectado tanto que niegas la influencia que
tiene la socialización masculina en que el 95% de los homicidas sean hombres.
La niegas porque no quieres renunciar a esa socialización, así que te pasas al
bando que dice que es consecuencia de una diferencia biológica.
Las
feministas nos podemos estar equivocando, sí. Podría tratarse de una diferencia
biológica y que no haya nada que hacer. Pero el esfuerzo consiste precisamente en dejar de
esforzarse tanto en socializar a los hombres en la violencia. Es bastante
simple: se trata de dejar de reforzar las actitudes violentas en los niños,
dejar de premiar al niño más “bruto”, dejar de incentivar que los niños solucionen
sus diferencias a golpes, dejar de insultar a los niños llamándolos niñas
cuando no se están comportando de forma masculina, dejar de hacer girar los
juegos de los niños casi invariablemente alrededor de competiciones y luchas, dejar
de transmitir a través de la publicidad y de la cultura el ensalzamiento del
hombre violento. En la mayor parte del tiempo se trata de “dejar” de hacer algo.
Ni siquiera quiero complicar el tema en este texto (como requeriría de verdad),
proponiendo además el incentivar la empatía, el diálogo, el entendimiento, el
cariño, etc., la gestión emocional en
definitiva, como sería lo ideal.
La
diferencia entre un planteamiento y otro es que lo que defendemos las
feministas es realizable y puede ser la solución, dejando la violencia como un
fenómeno residual y no estructural. El enfoque biológico nunca ha solucionado
nada. Más bien ha servido de justificación. Lo único que propone tal enfoque es
un sistema con fuerzas de seguridad (muchas veces formadas por hombres violentos)
que persigan y repriman a hombres violentos y criminales, algunos de los cuales
acaban en cárceles de las que salen igual o peor que cuando entraron.
Personalmente
considero que millones de muertos y muertas por violencia masculina bien
merecen el esfuerzo de descubrir si las feministas nos equivocábamos o no.
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