Sobre el dimorfismo sexual


Michelle Morales

Un hecho es un evento que es observado y verificado por medio de la percepción de los sentidos.
El ojo humano puede observar algunos elementos del cielo, entre ellos el sol. Incluso sin un nombre, sin saber qué es y la importancia que tiene para la subsistencia de los organismos vivos terrestres y de los planetas del sistema solar, sin atribuirle alguna connotación moral, religiosa, social o política. Sin ninguna aplicación tecnológica, cualquier persona vidente es capaz de constatar la presencia del sol en el día.
Sin importar que haya o no gente que lo considere una deidad que germina luz y calor, un astro que determina nuestros destinos o un cuerpo celeste vital para la tierra y el desarrollo humano, en las representaciones pictóricas o en la interpretación oral se coincidirá en describirlo como una bola de fuego, una esfera luminosa, un círculo brillante que se encuentra suspendido, flotando, levitando o en lo alto del cielo. Podemos decir entonces que no hay dudas sobre la existencia de lo que conocemos como sol.
Imagínense que de pronto surja un movimiento que cuestione la existencia y función del sol, que diga que no es cierto que había civilizaciones que lo adoraban o que formulaban teorías sin aproximaciones científicas, que el sol y su impacto en la tierra es un constructo social porque fueron las personas las que le dieron un nombre, midieron su masa,  volumen, densidad, movimiento orbital, temperatura, composición, distancia y que le clasifican para su estudio en varias ramas de la ciencia y como todos sabemos que el lenguaje, la escritura y los libros son invenciones humanas se debe concluir que el sol es otro constructo social producto de la abstracción de cada individuo, el detallito de que todos coincidimos con su descripción y de que está visible para todos son los padres, porque es un constructo. Apuesto a que la mayoría pensaría que son una partida de imbéciles los adeptos de esa doctrina.
Pues esos idiotas existen, pero lo que cuestionan es la existencia del dimorfismo sexual y la reproducción sexual, negando lo que le sirve de base a una jerarquía social específica, para darle cabida a unas políticas de identidad de género que sólo beneficia a un sector minoritario y rinde beneficios económicos a la industria farmacéutica y médica.
Su aval científico es la tergiversación de los datos clínicos de las variaciones genéticas del 0,5-1,7% de la población para descartar la dotación cromosómica y el fenotipo sexual que se verifica y reproduce en la gran mayoría de los seres vivos con reproducción sexual, con la única intención de validar una identidad que dicen sentir o creer otra minoría que, por cierto, no presenta ninguna alteración genética. Los demás no sentimos o experimentamos esa vaina, pero nos quieren obligar igualmente a participar.

Y como su ideología parte del sexismo y los prejuicios absurdos existentes en el sistema e imaginario colectivo están logrando leyes que amenazan la defensa y espacios de las mujeres. Es sumamente estúpido y peligroso, pero está pasando.

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